Amaya by Francisco Navarro Villoslada

Amaya by Francisco Navarro Villoslada

autor:Francisco Navarro Villoslada [Navarro Villoslada, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1879-02-28T23:00:00+00:00


Capítulo III

En que comienza el fin

Iba avanzando la primera vigilia de la noche, que principiaba a contarse desde la puesta del sol. Los siervos entraron a iluminar la estancia, y la conversación era harto grave, para que no quedara ante extraños testigos interrumpida.

Recostóse Eudón en un triclinio, en cuyo único brazo se apoyaba el suyo, y sobre la palma de la mano reclinó la cabeza, como si no pudiese sustentar la pesadumbre de sus grandes pensamientos. El carmín de sus mejillas estaba oscurecido, el fulgor de los ojos amortiguado: eran a la sazón más hondas y siniestras las arrugas de su frente.

Como una máquina de fuertes y suaves movimientos se detiene al menor tropiezo, así aquel hombre, con el silencio a que le forzaba la prudencia, parecía indeciso, vacilante, parado. Diríase que no había meditado bastante la obra en que estaba pensando toda su vida.

—¡Solo!, murmuró: ¡solo para una empresa de gigantes!

Y alzando luego la voz, así que los criados desaparecieron, dijo al vicario que le había escuchado, y le contemplaba en pie, con ojos casi compasivos:

—Debo de pareceros loco.

—Cuerdo o loco, contestóle Munio, no podéis decir que estáis solo. Me tenéis a mí, que, aunque pigmeo, os seguiré a todas partes.

—¿Hasta qué punto puedo contar con vos?

—Os debo la vida, y la honra, que vale más que la vida. Conmigo podéis contar hasta mi último suspiro.

—Eterna gratitud merece vuestra respuesta; porque en este momento, lo repito, os estoy pareciendo insano.

—¿Queréis que os hable con franqueza?

—Munio, cuando un hombre como yo se desnuda de todos sus misterios delante de otro hombre, el primero, el más pequeño deber que le impone es el de la franqueza. Tengo corazón, amigo mío, por más que esto pueda sorprenderos. Amo a una mujer, he querido a un rey, y busco un amigo. El rey me ha dado su confianza, y honores y riquezas; la mujer su mano, y el amigo…

—Os ha dado el corazón y aspirar a merecer vuestra confianza.

—Bien está, Munio, contestóle el duque conmovido. ¿Qué pensáis de mis proyectos?

—Que son insensatos.

—¿Por qué?, repuso Eudón con dulzura: ¿por qué? Soy el primero de los vascos; el prometido de Aitor, el Asier, el hijo de Amagoya: para los judíos un libertador, casi, casi un Mesías; uno de tantos hombres como vienen de siglo en siglo a renovar las esperanzas de ese pobre pueblo, que no escarmienta nunca con el desengaño. Para los godos de Vasconia soy más que todo eso: soy en puridad, su única tabla de salvación. Si no os agarráis a mí, perecéis todos. ¿Queréis decir qué me falta para reinar en los Pirineos?

—Para la insurrección, para el tumulto, podéis contar con toda nuestra gente; para la resistencia, con nadie. Y preveo que tendréis que resistir al rey.

Entonces Eudón se levantó de improviso, y con severo y terrible acento, le dijo:

—Yo no soy traidor, rebelde, ni desleal. No ha tenido Rodrigo servidor más fiel, ni hombre más agradecido que yo.

—Pues entonces… ¿cómo reinando en Toledo, tratáis de coronaros en Pamplona?

Con mano de



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